JUAN LUIS PANERO: FANTASMAS, TIEMPOS Y MUERTES
Si hay algún caso de elocuencia personificable que diagnostique la discusión poética española en buena parte del siglo XX es la de los Panero. El pater familia, Leopoldo, ese poeta húmedo a lo Darío que se reconoce, el incombustible esteta Michi, el vate loco egregio y sólido Leopoldo María (que merece un manual de literatura aparte, quizá junto a Verlaine) y ese testigo menos grandilocuente, tal vez olvidado a su complacencia, pero que su 'poetar' se ha encargado de hacer cada vez más grande, que es Juan Luis. Sí, Juan Luis Panero, un poeta de recurrencias tanto curvilíneas como sobrias, que nos deja un mensaje existencial, lírico y casi me atrevería a decir que sensacionista en el sentido pessoano.
Difícil de encuadrar en el poliedro de generaciones, promociones, tendencias y otras maneras de etiquetado grupal, en algún lado se la ha llamado representante de la ‘poesía de la existencia’. Como en otras muchas iteraciones por inercia, habríamos de preguntar qué tipo de poesía no es de la existencia, como qué tipo de poesía no es pura o esteticista. Sea como fuere, un aprendiz de Pound como Juan Luis Panero no puede dejar de ‘narrarnos’ retazos personales como magnificación del hecho poético. Pero aquí intimismo no es diferente a trascendencia, universalizando en cada verso el sentir más profundo de la misma cotidianeidad.
Así entonces traigamos a presente la definición que en su libro sobre poesía figurativa hace J.L. García Martín acerca de la poética y temática de Panero: ‘La de Juan Luis Panero es una poesía temporalista que canta los repetidos fracasos de una vida desarrollada bajo la atenta mirada de la muerte. Como en Cernuda, el propio autor se convierte en protagonista de sus versos. Los otros personajes le sirven para imaginarse la parte de su biografía que él no podrá nunca contar: la propia muerte’. En esto, la disciplina es máxima. El transcurrir del tiempo, monótono o excelente, nostálgico, odioso tal vez, es no más que la certidumbre del fracaso humano. Nada es cierto, porque nada perdura.
Nadie duda que las obsesiones de Panero se resisten a oropeles formalistas, incluso la trivialidad estética es en ocasiones tan desnuda que más que de un poema, pudiéramos hablar de un soplo de imagen, de un retrato ante espejo que sólo precisa de simples epítetos y, como deliberadamente en el poema Used words, unas cuantas palabras gastadas.
con palabras usadas, como un disco rayado,
que recuerdes, mi amor, esta letra de tango.
Y siempre una mirada hacia atrás, vigorosos latidos de amor incluidos (… te escribo por hacer algo más inútil aún / que pensar en silencio o imaginar tu voz…), en el que el presente no existe y el futuro es ya pretérito. Tiempo circular a lo Borges, teñido en cada sílaba de derrota y fracaso. Su libro Trucos para aplazar la muerte es su punto cumbre en este sentido. Tal vez no tanto cernudiano sino mejor fantasmagórico, estatual, místico recordando por momentos al segundo Blas de Otero, con perseverancias preposicionales sin atajos también. Poesía deshilachada que dice Carlos Pujol, entusiasta simbolismo malgré tout. En esto la verbalización poética de Juan Luis Panero huye de miradas oblicuas donde sinfonizar armonías que jamás persiguió, pues el daguerrotipo lírico que nos propone es siempre una mezcla de horror y nostalgia pluscuamsentimental, donde quizá no importe apenas el pasar cronológico, sino el ataúd abierto que es el final de la vida de los humanos. Y, por supuesto, sin rumbo cierto, como titula sus Memorias, sin ningún rumbo disímil a la dudable certeza de la muerte.
Poeta cosmopolita y con nexos directamente personales a nombres insignes de la poesía del siglo XX (véase su poema El cuchillo con la encendida admiración a Borges), Panero no es sólo un ‘escribidor’ de aquello que sus propios sentidos conocieron, sino que su maestría estriba en hacer crónica entrañable y melancólica de esa tristeza decadente que anunciaba en su poema Un êtranger. Crónica que precisamente no desengarza jamás, sino al contrario, no elude y asume de forma tal en que ningún superrealismo pudiera ensombrecer su testimonio de vida, casi siempre rebelde aunque haya un decorado de resignación en todos sus versos
Vivir es ver morir, nada se aprende,
todo es un despiadado sentimiento,
años, palabras, pieles, desgarrada ternura,
calor helado de la muerte.
Resignaciones, destrucciones, desastres eternamente intuidos, pérdidas de aquello que siempre supimos jamás tendríamos
Vivir es ver morir, nada nos protege,
nada tuvo su ayer, nada su mañana,
y de pronto anochece.
Y casi resulta paradójico que ese poema, Y de pronto anochece, tenga preámbulo con un verso de Salvatore Quasimodo, poeta oscuramente polisémico. Porque Panero nos grita sordamente, en definitiva, una voz de poema único y unitario, con la mejor fidelidad a Eliot en ese sentido.
Magia, pasión, farsa… ‘absurdo destino’, ‘extraño conjuro’… cada palabra de Panero nos retrotrae al río de Manrique donde la vanguardia es revertir el recuerdo para afirmarse en él. Simbologías de verdaderas autoconfesiones, desencantos en blanco y negro, madrugadas donde recibir sus adorados fantasmas personales, caserón solariego de Astorga, retornos imposibles a Venecia sino ‘con la mujer más maravillosa del mundo’, corridos mejicanos, Tijuanas donde disparar a la noche y Bogotás donde encontrar ese tiempico para descender a Torroella de Montgrí, lejos del mar.
En este tiempo de principio de siglo, donde nada ya es lo que nos parecía, quizá esa atemporalidad de edad indecisa que desprende la Poesía de Juan Luis Panero como perfume agradablemente agridulce, seguramente constituya un eslabón único en el panorama de la literatura actual. No me resisto (salvando prejuicios) a finalizar con un poema de su hermano Leopoldo María:
El poema hecho trizas
desnudo cae de mi mano
polvo en los labios, y muerte
cuando aparezco en tus ojos.
José Pastor, primavera 2009
sábado, 16 de mayo de 2009
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