sábado, 1 de septiembre de 2012

MURAKAMI Y BORGES: LA IDEA DE MUNDOS PARALELOS SIMULTANEOS


Decimos que ficcionar se compone elementalmente de dos parámetros: contar e imaginar. En el primer verbo se adiciona más contenido vital al conocimiento de quien recibe una historia; en el segundo, se sugiere (a veces incluso en modus de sospecha o deformación) una teoría de posibilidad alternativa a una realidad. Si ese predicado ilusorio va referido a futuro, no se hace cosa diferente a conjugar condicionales y envidar, cual tahúr a mitad de camino de cielos o infiernos, a una aproximación al concepto de infinito. Pero si, por contrario, la imaginación evoca al minuto presente, a la cosa sensorial y tangible en la que nos podamos encontrar en un momento dado (incluso quizá tomando prestadas secuencias pretéritas), el paisaje resultante 'es' exactamente 'el' infinito, en tanto en cuanto el daguerrotipo propuesto ignora voluntariamente cualquier esquema afecto a leyes terrenales conocidas por el hombre.

Borges basa buena parte de su obra en esto. Aunque sus tesis al respecto podría decirse que ya las enuncia en 'Nueva refutación del tiempo', hay dos momentos singulares en que presenta la certeza (ironía es hablar de certezas en la obra borgeana) de mundos paralelos simultáneos: 'La biblioteca de Babel' y, sobre todo, 'El jardín de senderos que se bifurcan'. Si se me permite, incluso, en el extremo, la exégesis de ambas sería 'El inmortal'. Más de medio siglo después, Haruki Murakami escribe 'Crónica del pájaro que da cuerda al mundo'. En formato mucho más prolijo, pero fuertemente demostrativo, nos hace un collage argumental de realidades superpuestas, todas igualmente posibles o imposibles y no necesariamente excluyentes. En el enganche de ambos tendríamos (dando una voltereta hacia atrás de dos siglos) a Leibniz y su teoría de las mónadas, entendiendo éstas como sustancias simples de que las entelequias se componen. Y, obviamente, el enganche y confluencia se produce en el lado de la ética, pues el quid pro quo de todo es la conducta humana referida a principios no sesgados, siquiera vía espacio y tiempo, o sea, principios naturales. Porque el común punto de partida es la existencia de un álgebra 'esencial', un orden, en cada individuo y su indivisible soledad. De la suficiencia o no de esa necesaria álgebra es el ruido de fondo que la Literatura proporciona.

En el objetivo, hablamos de dos categorías primeras: universalidad y eternidad. Murakami sueña sentado en el fondo de un pozo que es 'probablemente culpable' de haberle abierto la cabeza a su cuñado. Pero él, dormido o en vigilia, sabe que él no ha realizado tal acto y que el único sabedor de la existencia de la herramienta del crimen es su colega Cinnamon. Pero es su mujer quien le anuncia que va a asesinar a ese hombre. La autoría real se desvanece. El momento y el lugar, también discordian en el decurso de la narración. El hecho concreto, desnudo de voluntades, es que él o ella o quién demonios sea, va a abrirle la cabeza a ese hombre, que podrá morir o no. Tanto da. De nuevo la célebre sentencia de Borges en 'La forma de la espada': “Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres”. El protagonista, Vincent Moon, en esa tautología que más tarde recogerá Schopenhauer, pone en su boca el principio fundamental de la fantasía narrativa. Tal vez, osaría proclamar, el principio mágico de la vida misma.

Todos y en todo momento. O cualquiera y en cualquier momento. Esa es la clave.

Ahora bien, en Literatura, cómo funciona la fusión entre lógica onírica y lógica externamente real? Hay acaso una respuesta única para eso? Y si hubiera distintas maneras, cómo superamos el concepto tiempo? Finalmente, es de veras necesario o conveniente esa superación de lo temporal?

Volvamos, como en otras muchas materias, a Lacan: “La vérité a structure de fiction”. Seguramente el debate sobre la obviedad de una verdad o una mentira es absurdo, puesto que, como sabemos sobradamente, no hay capacidad de distinción cuando la moneda que está sellada por ambos conceptos en cada uno de sus lados da vueltas continuas sobre sí misma. Y con velocidad cada vez menos perceptible por la visión humana. De entrada, entonces, renunciamos al fetichismo de 'las verdades' y su unicidad. Cuando Borges nos cuenta acerca del entrañable Funes en su memoria completa nos revela que cada microsegundo tiene su verdad, incluso con un nombre diferente para cada una de las ramas de cada uno de los árboles, si fuera preciso. Así entonces, estamos condenados a renunciar a la verdad? Aún más: de Murakami ha hablado C. Tyler en London Book Review que en su última novela '1q84' la prestidigitación argumental se apoya en mover a conveniencia Realidad A versus Realidad B, con su correspondiente brecha de ajuste. Realidades contrastantes entonces? En absoluto. Realidades alternativas. Pero que convergen y divergen en perpetuo caos. La construcción moral, si ésta es justificable, es la que se pretende divisar en alguna forma de armonía desde ese caos.

Aquí es donde el tiempo se anula. O se vuelve infinito. O llámenlo eterno si prefieren. Ni siquiera el idealismo de Berkeley, nos recuerda Borges, puede escapar de que el tiempo está formado también 'sólo' por tiempo. Por partes de tiempo? Leibniz diría que sí y pondría sus mónadas en juego. Pero Borges y Murakami hacen su propuesta ad negationem. El tiempo no existe. Así de contundente y así de simple. Para poder apuntalar tal artificio mental, no tienen más remedio que llegar a las dos entidades inherentes que, salvados sean algoritmos de todas finitudes y orígenes, tienen la llave de eso llamado tiempo: sucesión y repetición.

Tiempo sucesivo, tiempo iterativo. Orden natural que implica en sí mismo el cuestionar ese orden a poco que haya una identidad que pueda ser detectada. Esa es la solución a la falsa dicotomía que parece exigir la presencia de fantasía humana. Porque a partir de identidades o sus aproximaciones o similitudes es donde el sistema se puede volver inestable. Maravillosamente inestable, valdría decir. La textura y numerificación de su márgen de error es el terreno en que se mueve la Literatura.

En este entonces es cuando Borges desde una orilla, Murakami desde otra hacen añicos el concepto de Destino. Al negar la existencia, al menos unívoca y rocosamente impenetrable, de lo que se llama 'tiempo', cómo aparece entonces contado y referido el acontecer day-after-day que se nos representa en nuestra existencia? Caeríamos pronto o tarde en los conceptos a-priori-a-posteriori kantianos? No, amigos. En absoluto. Volvamos al Destino como idea metafísica. Si lo que aconteció no podía ser de otra forma.... por qué lo que acontecerá debe seguir esos mismos cánones? Y si lo que va a acontecer será de una manera hagamos cuanto hagamos.... por qué hemos vivido lo hasta ese instante vivido? Es más, si tomáramos como fatum algo incognoscible... para qué serviría el presente, luego no ha de modificar en más o en menos, en positivo o negativo, el futuro? Borges y Murakami superan ese concepto que definitivamente lo arrinconan en la humareda de los credos populacheros sobrenaturales.

El Destino no existe, puesto que el tiempo, inevitablemente compañero de éste, no se compone de un sólo sentido. Así entonces, la propuesta de Borges, que generaciones después Murakami recoge y adopta, es una nueva dimensionalidad en la que hombres y eventos viven posiblemente en un movimiento perpetuo y continuo multidireccional.

En Literatura, al menos, la consecuencia de cualquier historia no es cosa diferente de que precisamente esa historia podría suceder.