lunes, 27 de octubre de 2008

EUGENIO DE ANDRADE

EUGENIO DE ANDRADE. POETA DE ARMONIAS AMATORIAS

Si a algún Pessoa habría de recordar De Andrade es sin duda al Guardador de rebaños Alberto Caeiro. Sincronías con las Odas de Ricardo Reis no serían más que una identidad forzosa, demasiado obvio en aquello del paganismo a lo griego. Poesía pura elevada a su lado más innovador, es decir, a la presencia como entes en sí mismas de las palabras. Palabras cinceladas y depuradas hasta las últimas consecuencias. Si la transparencia como propósito es una de las claves de su poetar, la metamorfosis de imágenes líricas en pasión luminiscente es su playa final. Sea como fuere, cualquier parentesco de los poemas de De Andrade con la mal llamada poesía pura (qué poesía podría ser impura?) no sería más que una ocasional nota al márgen, pero con escaso contenido trascendente.
Eugénio de Andrade se hace fuerte en el sentido y la forma en que sus versos evocan el amor. Etiquetado casi por decreto como poeta del cuerpo y de la luz, esos apelativos no tendrían recorrido sin un análisis en profundidad de su ars poetica como forma obligada y a la postre deseable de su versión del ars amatoria. Diriamos como enunciado y tesis: las poesías de De Andrade instauran como estado más elevado del ser humano el amor. Ante el que cualquier otra vanidad, fortaleza, circunstancia o incluso la misma vida de esos mismos seres humanos no adquiere consistencia ninguna que se le pueda comparar.

Nada podeis contra o amor.
Podeis dar-nos a morte,
a mais vil, isso podeis
-e é tão pouco!

Es su lex. Lex nostálgica…amor triste siempre. Quizá porque el verdadero y sublime amor sea triste y quedo por definición y obligación.

Si Pessoa es el poeta de los conceptos, De Andrade es el poeta de la nostalgia lírica. Si Pessoa es el poeta de la búsqueda para enlazar interior de un hombre con su exterior (rechazando este último, por cierto), De Andrade es el poeta de enlazar las palabras, esas palabras que él advertía que estaban gastadas, con un paraiso perdido pero, en cualquier caso, atemporal. Como adalid desclasado de una épica casi fanática del culto al deseo, los límites de esa hiperbólica voluntad no pueden ser otra cosa que el lirismo exacto (Ostinato rigore) y exquisito de ese verso en una semántica hecha sencilla, hecha quizá casi canto de trovador, con un paladeante recitativo que se puede salmodiar sin temblor de ritmo. Sílaba por sílaba.

Un poeta no es el tema que dice, un poeta no es siquiera el mensaje que proclama. Harto sabemos esto. Entonces qué demonios es un poeta? Quizá la nostalgia que nos trae, la evocación que nos dibuja, el sonido entrañable que su voz nos ofrece. En esto, Eugénio de Andrade vuelve a reconciliarnos con la cadencia armoniosa de las estrofas muy vivas, de la materia íntima que nos llueve, que nos orvalla en todo su esplendor sentimientos. Siempre del lado del eufónico de embellecer, de alguna manera, a poeira do sol.

Diz homem, diz criança, diz estrela.
Repete as sílabas.
Onde a luz é feliz e se demora.

Volta a dizer: homem, mulher, criança.
Onde a beleza é mais nova.

Leer Eugénio de Andrade es aceptar y disfrutar que hemos dado un paso más en el transmitir poesía. Como Pessoa, como Sá-Carneiro, como Pascõaes en definitiva, la antorcha del renacer portugués en literatura adquiere su elocuencia clarísima con el autor de Os amantes sem dinheiro.
Porque, en esta penúltima frontera, siempre desde la sencillez de la persona como hacedor, como esforzado escriba al que no le gustaba escribir, é urgente o amor.

José Pastor

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