LEOPOLDO MARIA PANERO: VERSOS PARA COQUETEAR CON LA MUERTE
La
contundente afirmación es de su hermano Juan Luis en la célebre El
desencanto: 'Con la muerte no hay que estar ni bien ni mal. Hay
que coquetear con ella'. Abordar la obra poética de Leopoldo María
Panero no se puede hacer de forma distinta sino aceptando como
paisaje de fondo esa voluntad de autodestrucción confesa. Esa idea
de muerte à la carte, corroborada
en su motto constante que espeta a quien se cruza con él: 'Sólo soy
a ratos'. Pero, a ratos, el mediano de los hijos de Leopoldo Panero y
Felicidad Blanc es simplemente un poeta sublime. Quizá el más
sublime de cuantos el cambio de vanguardia alumbró en la segunda
mitad del siglo XX. Y, ante todo, uno de los poquísimos personajes
en la Historia de la Literatura en que vida y obra deben contemplarse
como hechos solapados en los que cada verso recoge un segundo de
existencia, una respiración o un ronquido, como se quiera
comprender. Y, por ende, cada verso invita a un retazo de biografía.
Y ese es el caso de nuestro poeta, más que ningún otro, por muy
alejada que parezca su forma de hacer poesía de su forma de pasar
por el mundo.
Edipo y Peter Pan se entremezclan en la escritura de Panero. Son dos
constantes que a cada paso tomarán una verbalización confrontada,
pero a la vez progresiva, con un coeficiente de correlación entre
ambos aspectos no tan errático como pudiera parecer. Porque en el
fondo, desde casi las primeras publicaciones, nos encontramos ante
una poesía tan intelectual que a veces aparenta partir del Pessoa
más arcano del Livro do Desassossego para finalizar, sin temor al
descaro, en un apócrifo de Huidobro. Ingenuidad plus profundidad.
Perversidad en desnuda definición.
Me
digo que soy Pessoa, como Pessoa era
Alvaro
Campos,
me
digo que estar borracho es no estarlo
toda
la vida, es
estar
borracho de vida y no de muerte,
es
una sangre distinta de esa otra
espesa
que se cuela por los tejados y por las paredes
y
los agujeros de la vida.
Subversivo, que no maldito; militante, que no monaguillo; universal,
que no desarraigado; esteta, que no veneciano; multidiccional, que no
melifluo; polisexuado, siempre enamorado. Cada vez que buscamos
anverso y reverso en una posible dualidad como encrucijada de delitos
poéticos, nos encontramos con un Panero poliédrico, pero a la vez
compacto. No hay fisuras en su discurso poético, pues casi siempre
hay presencia de una voluntad firme de conectar la realidad onírica
con la forma artística. Más allá de posibles perseverancias
temáticas. Panero es alguien que se posiciona, no se desentiende. Y
eso le diferencia de la mayoría de sus coetáneos. Afortunadamente.
Pero, qué cosa puede ser la subversión en poesía cuando ésta no
es, en principio, social? Transgresión más provocación? O
simplemente una forma de superar esquemas del pasado volviendo,
paradójicamente, a esa esquematización de los poetas más
divergentes? Quizá esta última sea la respuesta más aproximada.
Mallarmé al fondo, Panero parte de un vacío cautivo para
desmelenarse en imágenes cada vez más al límite, en las que
siempre inhalamos una impecable teoría de la destrucción. Sin
rehenes aparentes, de frente y a la vez perifrásicamente emboscado
en una dialéctica confusa de raciocinio y demencia.
Sin
mi el universo es nada
las
cabezas de los hombres
son
como unos sucios pozos negros.
Rechazo a la vida? Rechazo al entorno? Como mucho, rechazo a España
o sus atavismos más tácitos y rancios. El resto, desde un
microuniverso donde el propósito es globalización de todas sus
poéticas herederas de sus influencias reconocidas, no es sino una
pelea contra todo pero sin rebajarse a merodear una disputa
particular, contemporáneos incluidos. Gimferrer, Moix o Molina Foix
sólo fueron primeros testigos de sus apariciones públicas y
literarias. En esto, lancemos una reflexión acerca de la relación
con Ana María Moix. La pregunta es: cuánto de responsabilidad tiene
la negativa amorosa de la Moix sobre Leopoldo María en el avance y
desenlace de la neurastenia de éste? En un segundo estadio sobre
esta proposición: qué influencia tuvo esta negativa referida con la
posterior trayectoria amorosa e incluso sexual de Panero? Nos
seguimos moviendo en un enfrentarse a rechazos y, por ende, en una
búsqueda de vías de escape emocional que, como postulamos,
serpentea necesariamente entre literatura y acontecimientos vitales.
Donde no llegan sus versos, alcanzan sus desventuras perennes. Donde
su vida se atasca, surgen focos de luz poética. Esa es su terrible y
fría supervivencia. En el más crudo sentido de la expresión. Un
enquistamiento del que no hay gana ninguna de salir, mucho menos de
disimular. Me imagino que habría infinitas explicaciones a una sutil
ligazón entre respuestas a frustración y convencimiento de que esa
isla es la única posiblemente habitable. Pero lo mágico de esta
serie en Panero es su 'utilitarismo' para hacer de ese modus
standi un modus facendi sin otra ley que el advenimeinto
del minuto siguiente, de la locura siguiente, de la transgresión
siguiente. Hasta el próximo Last river together. Si fuera
necesario, claro.
Imparable hacia un apocalipsis ya hecho nostalgia, Panero no formula
incógnitas sobre el territorio de la muerte. No hay dudas, no hay
tensiones que despierten inflexiones morales, porque ya hemos
admitido, en todos sus recorridos, que la moral o la ética son
conceptos agotados, ergo ya inexistentes:
… y en efecto la resurrección
desde
un cristal inválido te avisa
que
con armas nuestra muerte florece
para ti que
sólo
sabías
de la muerte...
En qué perspectiva acoger la muerte? Esa es la pregunta que
Panero averigua en pasado y en futuro. El presente es tiempo
pretérito siempre para él. Leopoldo María se sabe muerto y que
sus huellas y su aliento pertenecen a un espectro que dejó su nombre
y apellidos en la vieja casa de Astorga cuando era un niño que
jugaba a ser poeta. La geometría en que a cada verso le sorprende el
calendario no es relevante, puesto que, a lo Eliot, Panero
siempre escribe el mismo poema, aunque su aritmética textual se
encuadre en espacios mejor o peor purificados. La suya es una
ceremonia sin interrupciones en la que no veremos jamás un lamento o
un excesivo gozo por ninguna de las cosas de la vida: no los
necesita. Los muertos no sienten, los poetas tampoco. Un cerrado
universo de sombras en el que la luz, si se produce, no es más que
un accidente inservible en sí mismo. Leopoldo María se erige en
omnipotente Hacedor y no tendrá miramientos en cuanto a qué ocurra
con su lírica, por mucho que en ocasiones parezca sobrevenido desde
fanfarrias excelsas en las que pudiera encontrarse un 'más allá'
semántico. Nada de eso. No hay 'más allá' porque él mismo es el
que maneja los entresijos de su memoria, por paradójico que en este
caso resultara. Y, si me permiten la licencia, maneja las memorias de
su entorno y las personas que pasaron por su vida. Amores borrados y
fobias interiorizadas, tanto da. La muerte aparece así como el
rompeolas de su poesía, su versión de reescribir el Apocalipsis de
San Juan, que diría Túa Blesa.
Y qué hay acerca de su límite trascendente? Es posible aplicar
algún análisis entendible por la teoría conocida para descifrar la
elocuencia de su verso? Si la línea es Baudelaire-Verlaine-Panero,
remotamente sí. Más allá de ese entramado, me temo que no. Panero
hace eco de algunas tradiciones literarias, justamente todas y cada
una de ellas. Y es por eso que su exégesis se convierte en una cueva
de proscritos piratas en medio del océano. Un ciego atravesando
el corredor del Miedo y llega fatalmente al Ultimo Espejo,
como señala en uno de sus poemas. Pero un ciego que todo
lo ve y lo presiente, cual Homero lanzando a Ulises hacia todas las
Itacas imaginables.
Una
mujer se acercó a mí y en sus ojos
vi
todos mis amores derruidos
y
me asombró que alguien amase aún el cadáver,
alguien
como esa mujer cuyo susurro
repetía
en la noche el eco de todos mis amores aplastados
y
me asombró que alguien lamiese en las costras
todavía
tercamente
la sustancia que fue oro,
aquello
que el tiempo purificó en nada.
Y
la vi como quien ve sin creerla
en el desierto la sombra de un agua,
la
amé sin atreverme a creerlo.
Y, en esto, no es cierto que Panero devenga poeta para mantenerse
cuerdo o siquiera vivo. En absoluto. Aquí recordamos el postulado de
Andreu Navarra, cuando a la instalación de Panero en la negatividad
le llama 'la perfecta venganza de escribir'. Efectivamente, y a pesar
del mutuo personal desdén, aquí encontramos un nexo entre Panero y
Gil de Biedma: odio y crispación frente al mundo, y,
despectivamente, frente a España. Se concibe un decorado en el que
los altares se van a rellenar de mugre y excrementos, porque esto es
lo último que queda del ser humano. Y en ese decorado sin puestos
fronterizos, no hay márgen para una distinción entre lo divino y lo
humano. Sólo buitres y carroña. Seguramente con roles
intercambiables la mayoría de las veces. Lejos de enunciaciones
colectivas, lejos también de dictámenes o interpretaciones
susceptibles de dibujar una edulcorada alambrada grupal. Se vive a
solas. Se muere a solas.
Que
nadie sabe ya por qué está en pie en la tierra
te
mataré mañana cuando caiga la hoja
decimotercera
al suelo de miseria
y
serás tú una hoja o algún tordo pálido
que
vuelve en el secreto remoto de la tarde
te
mataré mañana, y pedirás perdón....
Leopoldo María Panero... La heterodoxia es él.
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