domingo, 8 de julio de 2012


LEOPOLDO MARIA PANERO: VERSOS PARA COQUETEAR CON LA MUERTE

La contundente afirmación es de su hermano Juan Luis en la célebre El desencanto: 'Con la muerte no hay que estar ni bien ni mal. Hay que coquetear con ella'. Abordar la obra poética de Leopoldo María Panero no se puede hacer de forma distinta sino aceptando como paisaje de fondo esa voluntad de autodestrucción confesa. Esa idea de muerte à la carte, corroborada en su motto constante que espeta a quien se cruza con él: 'Sólo soy a ratos'. Pero, a ratos, el mediano de los hijos de Leopoldo Panero y Felicidad Blanc es simplemente un poeta sublime. Quizá el más sublime de cuantos el cambio de vanguardia alumbró en la segunda mitad del siglo XX. Y, ante todo, uno de los poquísimos personajes en la Historia de la Literatura en que vida y obra deben contemplarse como hechos solapados en los que cada verso recoge un segundo de existencia, una respiración o un ronquido, como se quiera comprender. Y, por ende, cada verso invita a un retazo de biografía. Y ese es el caso de nuestro poeta, más que ningún otro, por muy alejada que parezca su forma de hacer poesía de su forma de pasar por el mundo.

Edipo y Peter Pan se entremezclan en la escritura de Panero. Son dos constantes que a cada paso tomarán una verbalización confrontada, pero a la vez progresiva, con un coeficiente de correlación entre ambos aspectos no tan errático como pudiera parecer. Porque en el fondo, desde casi las primeras publicaciones, nos encontramos ante una poesía tan intelectual que a veces aparenta partir del Pessoa más arcano del Livro do Desassossego para finalizar, sin temor al descaro, en un apócrifo de Huidobro. Ingenuidad plus profundidad. Perversidad en desnuda definición.

Me digo que soy Pessoa, como Pessoa era
Alvaro Campos,
me digo que estar borracho es no estarlo
toda la vida, es
estar borracho de vida y no de muerte,
es una sangre distinta de esa otra
espesa que se cuela por los tejados y por las paredes
y los agujeros de la vida.

Subversivo, que no maldito; militante, que no monaguillo; universal, que no desarraigado; esteta, que no veneciano; multidiccional, que no melifluo; polisexuado, siempre enamorado. Cada vez que buscamos anverso y reverso en una posible dualidad como encrucijada de delitos poéticos, nos encontramos con un Panero poliédrico, pero a la vez compacto. No hay fisuras en su discurso poético, pues casi siempre hay presencia de una voluntad firme de conectar la realidad onírica con la forma artística. Más allá de posibles perseverancias temáticas. Panero es alguien que se posiciona, no se desentiende. Y eso le diferencia de la mayoría de sus coetáneos. Afortunadamente.

Pero, qué cosa puede ser la subversión en poesía cuando ésta no es, en principio, social? Transgresión más provocación? O simplemente una forma de superar esquemas del pasado volviendo, paradójicamente, a esa esquematización de los poetas más divergentes? Quizá esta última sea la respuesta más aproximada. Mallarmé al fondo, Panero parte de un vacío cautivo para desmelenarse en imágenes cada vez más al límite, en las que siempre inhalamos una impecable teoría de la destrucción. Sin rehenes aparentes, de frente y a la vez perifrásicamente emboscado en una dialéctica confusa de raciocinio y demencia.

Sin mi el universo es nada
las cabezas de los hombres
son como unos sucios pozos negros.

Rechazo a la vida? Rechazo al entorno? Como mucho, rechazo a España o sus atavismos más tácitos y rancios. El resto, desde un microuniverso donde el propósito es globalización de todas sus poéticas herederas de sus influencias reconocidas, no es sino una pelea contra todo pero sin rebajarse a merodear una disputa particular, contemporáneos incluidos. Gimferrer, Moix o Molina Foix sólo fueron primeros testigos de sus apariciones públicas y literarias. En esto, lancemos una reflexión acerca de la relación con Ana María Moix. La pregunta es: cuánto de responsabilidad tiene la negativa amorosa de la Moix sobre Leopoldo María en el avance y desenlace de la neurastenia de éste? En un segundo estadio sobre esta proposición: qué influencia tuvo esta negativa referida con la posterior trayectoria amorosa e incluso sexual de Panero? Nos seguimos moviendo en un enfrentarse a rechazos y, por ende, en una búsqueda de vías de escape emocional que, como postulamos, serpentea necesariamente entre literatura y acontecimientos vitales. Donde no llegan sus versos, alcanzan sus desventuras perennes. Donde su vida se atasca, surgen focos de luz poética. Esa es su terrible y fría supervivencia. En el más crudo sentido de la expresión. Un enquistamiento del que no hay gana ninguna de salir, mucho menos de disimular. Me imagino que habría infinitas explicaciones a una sutil ligazón entre respuestas a frustración y convencimiento de que esa isla es la única posiblemente habitable. Pero lo mágico de esta serie en Panero es su 'utilitarismo' para hacer de ese modus standi un modus facendi sin otra ley que el advenimeinto del minuto siguiente, de la locura siguiente, de la transgresión siguiente. Hasta el próximo Last river together. Si fuera necesario, claro.

Imparable hacia un apocalipsis ya hecho nostalgia, Panero no formula incógnitas sobre el territorio de la muerte. No hay dudas, no hay tensiones que despierten inflexiones morales, porque ya hemos admitido, en todos sus recorridos, que la moral o la ética son conceptos agotados, ergo ya inexistentes:

y en efecto la resurrección
desde un cristal inválido te avisa
que con armas nuestra muerte florece
para ti que sólo
sabías de la muerte...

En qué perspectiva acoger la muerte? Esa es la pregunta que Panero averigua en pasado y en futuro. El presente es tiempo pretérito siempre para él. Leopoldo María se sabe muerto y que sus huellas y su aliento pertenecen a un espectro que dejó su nombre y apellidos en la vieja casa de Astorga cuando era un niño que jugaba a ser poeta. La geometría en que a cada verso le sorprende el calendario no es relevante, puesto que, a lo Eliot, Panero siempre escribe el mismo poema, aunque su aritmética textual se encuadre en espacios mejor o peor purificados. La suya es una ceremonia sin interrupciones en la que no veremos jamás un lamento o un excesivo gozo por ninguna de las cosas de la vida: no los necesita. Los muertos no sienten, los poetas tampoco. Un cerrado universo de sombras en el que la luz, si se produce, no es más que un accidente inservible en sí mismo. Leopoldo María se erige en omnipotente Hacedor y no tendrá miramientos en cuanto a qué ocurra con su lírica, por mucho que en ocasiones parezca sobrevenido desde fanfarrias excelsas en las que pudiera encontrarse un 'más allá' semántico. Nada de eso. No hay 'más allá' porque él mismo es el que maneja los entresijos de su memoria, por paradójico que en este caso resultara. Y, si me permiten la licencia, maneja las memorias de su entorno y las personas que pasaron por su vida. Amores borrados y fobias interiorizadas, tanto da. La muerte aparece así como el rompeolas de su poesía, su versión de reescribir el Apocalipsis de San Juan, que diría Túa Blesa.

Y qué hay acerca de su límite trascendente? Es posible aplicar algún análisis entendible por la teoría conocida para descifrar la elocuencia de su verso? Si la línea es Baudelaire-Verlaine-Panero, remotamente sí. Más allá de ese entramado, me temo que no. Panero hace eco de algunas tradiciones literarias, justamente todas y cada una de ellas. Y es por eso que su exégesis se convierte en una cueva de proscritos piratas en medio del océano. Un ciego atravesando el corredor del Miedo y llega fatalmente al Ultimo Espejo, como señala en uno de sus poemas. Pero un ciego que todo lo ve y lo presiente, cual Homero lanzando a Ulises hacia todas las Itacas imaginables.

Una mujer se acercó a mí y en sus ojos
vi todos mis amores derruidos
y me asombró que alguien amase aún el cadáver,
alguien como esa mujer cuyo susurro
repetía en la noche el eco de todos mis amores aplastados
y me asombró que alguien lamiese en las costras
todavía
tercamente la sustancia que fue oro,
aquello que el tiempo purificó en nada.
Y la vi como quien ve sin creerla
en el desierto la sombra de un agua,
la amé sin atreverme a creerlo.

Y, en esto, no es cierto que Panero devenga poeta para mantenerse cuerdo o siquiera vivo. En absoluto. Aquí recordamos el postulado de Andreu Navarra, cuando a la instalación de Panero en la negatividad le llama 'la perfecta venganza de escribir'. Efectivamente, y a pesar del mutuo personal desdén, aquí encontramos un nexo entre Panero y Gil de Biedma: odio y crispación frente al mundo, y, despectivamente, frente a España. Se concibe un decorado en el que los altares se van a rellenar de mugre y excrementos, porque esto es lo último que queda del ser humano. Y en ese decorado sin puestos fronterizos, no hay márgen para una distinción entre lo divino y lo humano. Sólo buitres y carroña. Seguramente con roles intercambiables la mayoría de las veces. Lejos de enunciaciones colectivas, lejos también de dictámenes o interpretaciones susceptibles de dibujar una edulcorada alambrada grupal. Se vive a solas. Se muere a solas.

Que nadie sabe ya por qué está en pie en la tierra
te mataré mañana cuando caiga la hoja
decimotercera al suelo de miseria
y serás tú una hoja o algún tordo pálido
que vuelve en el secreto remoto de la tarde
te mataré mañana, y pedirás perdón....

Leopoldo María Panero... La heterodoxia es él.















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